Un olor a azufre impregna el ambiente. El
Diablo, príncipe de la materia: cabeza y patas de cabra, senos femeninos,
cuernos. Empuña una espada para controlar y someter. A sus píes dos diablillos
atados por el cuello con una cuerda, encadenados al pedestal desde la cima. El
Diablo sonríe triunfante a hombres y acontecimientos. Son las pasiones que
encadenan al ser humano, y lo convierten en animal.
El Diablo, Portador de la Luz aparece para
iluminar lo que tenemos oculto en la oscuridad, ilumina lo que no queremos ver,
lo que no queremos mostrar a los demás: nuestros miedos, inseguridades,
obsesiones, envidias, fracasos, etcétera.
La carta del diablo nos obliga a ver todo
eso que tenemos bien guardado y escondido. Al verlo lo aceptamos, integramos y
purificamos: dejamos de engañarnos a nosotros mismos, nos sinceramos con
nosotros mismos y empezamos a avanzar hacia el conocimiento interior.
La energía de El Diablo es utilizable para reconocer la raiz de nuestros miedos, nos hace enfrentarnos a todo aquello a lo que por miedo no nos hemos querido enfrentar, para así liberarnos. No debemos tener miedo a nada, si tienes miedo llamas a todo eso a lo que temes.
El Diablo nos tienta, nos saca la lengua, lo que ves es lo único que existe: no existe nada más allá del mundo de los sentidos, te seduce con las apariencias, la belleza externa. No existe nada que trascienda lo material. Hoy… déjate seducir por él… haz un exceso material, de igual… el que más te tiente…
Haz un balance… ¿cómo te sientes después
del exceso?. Negar el componente espiritual de la vida produce infelicidad.
Deja atrás a El Diablo, regale tus miedos
y camina,
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